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invocar el espiritu santo
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Esta WEB tiene tres patas y desea ayudarte en tu vida interior de tres formas. El hilo cómun es el Espíritu Santo.
La Persona del Espíritu Santo
Las encíclicas ilustradas
La Catequesis
¿Quién está detrás de esta web?
Un laico corriente, que sucede ser ilustrador y diseñador/creador de páginas web.
¿Quién es el Espíritu Santo?
Aunque uno puede pedir a mucha gente y dirigirse a distintos Santos, a la Santísima Virgen, a San José o al mismo Jesús Hijo o a Dios padre, hay alguien que ex-profeso quiere concedernos todo lo que pedimos.
Es como elegir entre pedirle algo a nuestra madre o a un primo. Los primos pueden ser enormemente simpáticos, pero madre no hay más que una.
El Espíritu Santo es un señor Dios a quien se le representa como a una simple paloma. Y nos olvidamos de que es, más que nada, un amante. Mientras que el Amor de Jesús quedó manifiesto en su pasión y el del Padre se deja ver en el Hijo, el Espíritu Santo está como oculto y no tiene nada “manifiestamente” propio de El. Y es que lo suyo no son los hechos sino las relaciones que lo originan.
Pongamos que la familia Gómez va al Parque de Atracciones. Allí se lo pasan muy bien y en el relato del día estaría aquella atracción, el túnel del terror o el precio de las entradas. Pero no se hablaría de lo que motiva a la familia, no se hablaría del padre preocupándose por su mujer y sus hijos, no se hablaría de las miradas de la madre para ver si Pablito se integra, no se hablaría del dulce que Anita deja de tomar porque tiene idea de que sus padres no son ricos y, puestos a sacrificarse, ¿qué es un dulce? Todo eso son las relaciones. Y no ocupan ningún titular; a la vez, son lo más importante.
Es fundamental porque Jesús habla de El sin parar; no solo eso, sino que promete que nos dará todo lo que le pidamos salvo una cosa.
Es como si Jesús creyera en la Navidad y nos dice que no hay regalo que no quepa por la chimenea. Salvo una excepción: si nos apostamos con la escopeta cargada disparando a cualquier señor vestido de rojo a menos de 10 metros de la casa, entonces no nos tocará ningún regalo.
Es esa excepción de la que hablaba, que Jesús no deja del todo claro y que la Iglesia interpreta como una negativa personal al arrepentimiento; es decir, cuando uno se obstina en que la Bondad de Dios (del que uno puede dudar incluso de que exista) no llega a la maldad que uno posee. O eso cree uno: esperar, escopeta en mano, la llegada del barbudo con siniestras intenciones es un símil correcto.
¿Cómo hacerlo?¿Cómo invocarlo?
Las oraciones al Espíritu Santo son tan variadas como las personas. Hay algunas más o menos formuladas, donde se pide al Espíritu Santo que venga y que haga lo que Jesús prometió que haría, que hablaría por nosotros. ¿No tenemos corazón? Pues ahí es donde ha de alojarse. Hay dos formas de amar con locura:
– cerrar los ojos y concentrarse muy mucho. Y no haber comido en un día para evitar accidentes.
– pedir ayuda al Espíritu Santo y dejar que se produzca el milagro.
Ahora que hemos llegado a la parte de
queda la parte de realizarlo. Pues esta es la facilidad y la dificultad: no hay reglas. Daré unos consejos generales, un marco de acción, pero cada uno debe de encontrar sus propias palabras.
¿Dónde? Donde estés más cómodo y puedas recogerte.
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El Espíritu Santo es el gran maestro, sí, y veremos en detalle en qué dones nos puede ayudar.
Pero antes de entrar en materia, lo primero que nos puede enseñar es a amar. Y en cada persona es diferente cómo sentimos la llegada del amor. Por eso es bueno ser políglota en el amor, y es donde el Espíritu Santo puede cambiar y elevar nuestra alma.
Según Gary Chapman, los lenguajes humanos en los que se puede simplificar el amor son cinco. Aquí los vamos a enumerar. Pero insistimos: que el Espíritu Santo nos enseñe a amar. Ese es el gran secreto.
Los cinco lenguajes son los siguientes:
El libro que habla de esos cinco lenguajes vale mucho la pena. No tan solo para personas casadas, sino para los que han optado por el camino del celibato en nombre del amor. ¿Cómo expresar ese amor? ¿Cómo hablar de él?
Al Espíritu Santo uno le puede pedir cualquier cosa, desde la curación de una enfermedad hasta la ayuda para bajar al gatito de la rama del árbol. Pero hay cosas en las que es especialmente bueno, como un cocinero que te hace unas lentejas estupendas pero cuyas tartas son celestiales.
Esas “especialidades” son los denominados “dones del Espíritu Santo”. Nos llegan de forma especial con el Bautismo y son reforzados por la Confirmación. Sin embargo, tenemos toda nuestra vida para desarrollarlos, para vivir en ellos.
¿Esos dones son para todos, también para los bebés? Sí. Entre los berridos insoportables del bebé está metido, de alguna forma misteriosa y que implica mucha Fe, la Fortaleza con la que ese bebé se enfrenta a las dificultades de la vida cristiana.
Y hay otros dones cuya implantación y fecundidad son especialmente misteriosos. Por ejemplo, el don del Consejo. Imaginemos a un adolescente en la Confirmación. Se trata de una persona que nunca acepta un consejo, como buen adolescente. Y es en dicha confirmación cuando alguien impermeable a cualquier consejo recibe ese don. Algo ha cambiado en esa persona. Algo invisible y, a la vez, muy real. El Espíritu Santo.
¿Qué te espera a ti? ¿Futuro? ¿Qué don adoleces? Tal vez en esta web haya alguna respuesta. Pero quien mejor resuelve nuestras dudas es el Espíritu Santo, auténtico resolvedor de cualquier cuita.
Sabiduría, Salomón y las dos mujeres, Mandella pudriéndose en una cárcel, Gandi y su huelga de hambre… ¿qué es la sabiduría? La principal y casi la única importante es entender lo que favorece o perjudica al proyecto que Dios tiene con cada uno de nosotros. Y sí, Dios tiene un plan para ti y la base de ese plan es un amor casi loco. Pero uno no tiene claro cuál es ese plan, sobre todo en la juventud. Es un don superoportuno.
Como dice el Papa, la cosa es ver el mundo y los problemas con los ojos de Dios. Las gafas especiales con las que Dios ve el mundo son las que el Espíritu Santo reparte gratuitamente a la puerta del estadio donde se juega el partido de nuestra vida.
A veces Dios se nos revela, dependiendo del aguante de nuestro corazón y de mil cosas más. Puede que la visión de una zarza ardiente incombustible le de un ataque cardiaco a más de uno. Es posible.
¿Cómo se revela Dios? De muchas maneras. Tal vez ver a un mendigo durmiendo entre basuras nos revuelva interiormente, tal vez un retiro en la Sierra de Madrid tenga el mismo efecto o un viaje a un Santuario Mariano… ¿quién sabe?
Pero hay algo milagroso al alcance de la mano: los Evangelios. Este don está muy relacionado con el cómo nos afecta esa vida de Jesús relatada en los Evangelios.
Es la lectura de la vida de Jesús lo que nos adentra mejor en el entendimiento de la vida.
Este es el don que decíamos antes de los adolescentes y su impermeabilidad. Como saber recibirlos es saber darlos, hay una vertiente del don que tiene mucho que ver con el arte de darlos oportunamente. Y es que este don nos ayuda a elegir bien en todas las encrucijadas que hay en nuestra vida: ¿celibato o vida matrimonial? ¿pobreza o vida digna-burguesa? ¿entre enfermos o entre gente saludable? ¿entre pecadores convencidos o entre los que se consideran virtuosos?
Todos tenemos una brújula interior que nos indica hacia dónde tirar. Esa brújula es lo que llaman conciencia. Pero para afinar bien esa brújula -para calibrarla bien- está este don. Nuestra brújula interior ha de estar orientada hacia Dios-Caridad. Sin embargo, no siempre es fácil atinar la orientación.
Puede haber un equívoco con este don: no es la ciencia de este mundo sino la de Dios. ¿Y cuál es esa Ciencia divina? Básicamente, es la capacidad de admirarse por la creación, por los amaneceres… es releerse la encíclica Laudato Si y acompañarla con Deus Caritas Est. Es esa ciencia y es un gran don para vivir en armonía con el mundo y morir en paz.
La ciencia más importante es la del amor. ¿Y cómo amar? Amando. Para una explicación algo más teórica, la encíclica Deus Caritas Est lo hace de maravilla.
No basta con decir “Señor, Señor, abre la puerta, que soy mister perfecto y he llegado”. La vida del cristiano se puede acotar bastante, pero el cogollo es de una relación tan íntima entre uno mismo y Dios que solo las sucesivas “Confesiones” (como la de San Agustín o la de Santa Teresita) se acercan al asunto. Ser un segundo “Jesucristo” no es tan fácil -aunque es posible con su Gracia- y este don nos ayuda a ello. A este don lo podríamos llamar “don de la amistad con Dios” o “don de la alegría” y nos acercaríamos a su significado.
Como decía un santo sacerdote: “Un santo triste es un triste santo”. El don de la fortaleza no es solo el de enfrentarse estoicamente con las dificultades, sino el de enfrentarse y sacar un rayo de auténtica alegría en medio de las dificultades. Es un don especialmente humano y pegado a la tierra: nada que ver con lo que usualmente se llama “resignación cristiana”. Tiramos del carro, sí, pero cuando vemos un conejito asomándose en su madriguera sonreímos.
Para vivir bien esta vida, es bueno obedecer a Dios. Pero obedecer no significa colocarnos bajo su pulgar, viviendo encorvados por el peso de la gigantesca mano. No, obedecer significa ponernos en su palma y dejar que nos pasee con la confianza de que esa gran mano es superpoderosa y somos sus hijos. No es ponernos DEBAJO de su mano sino ENCIMA de su palma.
Somos Hijos de Dios, no lo olvidemos. ¡Hijos de Dios!
Como dice Charles de Faucould, “me entregare en Tus manos sin medida… Tú eres mi Padre”
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